miércoles, 6 de agosto de 2014

El Colón se puso de pie para ovacionar a dos maestros Reunión cumbre La pianista Martha Argerich abrió la primera gala de la serie de conciertos, bajo la mirada del director, Daniel Barenboim. Más de 3.000 personas se emocionaron con su magia. Mañana tocarán juntos, en una actuación a cuatro manos.

Al fin se produjo la esperada reunión cumbre. Martha Argerich y Daniel Barenboim actuaron juntos por primera vez en el Colón. Mañana volverán a hacerlo en la intimidad de los dos pianos y el piano a cuatro manos (ver recuadro), mientras que el debut de ayer fue con la Orquesta DEWO en el Concierto para piano N°1 op. 15 de Beethoven.
La relación de Argerich con el repertorio no deja de ser curiosa. Ciertos autores son para ella como viejas amistades que no se cansa de frecuentar, y en este sentido es evidente que ella no necesita muchos nuevos amigos. Estrictamente, más que de ciertos autores habría que hablar de ciertas obras; de Beethoven, por ejemplo, no las sonatas ni los dos últimos conciertos para piano. El N° 4, por lo general considerado el más sublime de la serie, ella no lo ha grabado ni lo toca en público. Se ha quedado en el mundo de los tres primeros; alguna vez ella observó que encontraba en el primer Beethoven un humor que después habría desaparecido de la escena alemana y emigrado a la música rusa.
Como sea, es posible que la idea de lo “sublime” no la cautive demasiado. O tal vez lo sublime sobreviva en ella de manera solapada. Lo que logra Argerich con ese Concierto de Beethoven que ha tocado tantas veces es realmente increíble; en el oyente, la impresión de estar escuchando con el interés de la primera o la segunda vez una obra que ha escuchado tantas veces produce una intensa conmoción. Tal vez ningún pianista consiga eso como ella; tal vez nadie ponga tantas cosas en juego ni conmueva tanto con un puñado de obras en cierta forma tan escaso.
Cómo lo logra, desde luego es un misterio, pero da la impresión de que como intérprete ella se ha ido moviendo un poco hacia los extremos (aunque sin perder la reserva y la contención afectiva que la distinguen desde siempre). Imposible una ejecución del rondó más chispeante y dionisíaca, mientras que en algunos pasajes solistas del movimento lento algunas notas parecían quedar congeladas o suspendidades en el aire, como si ella misma hubiera quedado hipnotizada, sin que sin embargo la línea se quebrase un solo instante.
Pero no es menos extraordinaria su conexión y su diálogo con la orquesta (exquisito el dúo con el clarinete solista sobre el final del movimiento lento, entre tantos detalles memorables), matizada al extremo por la mano maestra de Barenboim. Ese diálogo no sólo se oye sino que también se deja ver en el cruce de miradas de la solista con los músicos y el director. Y lo que Argerich deja ver (además de todo lo que oímos) tiene un encanto irresistible. Todo en ella es agraciado, hermoso y a la vez un poco cómico, como cuando al salir al escenario le hace señas a Barenboim para que deje de aplaudirla y suba al podio.
La ejecución fue largamente ovacionada, y ella respondió con un bis bastante sorprendente (ella no sólo suele tocar las mismas obras sino por lo general los mismos bises). Esta vez hizo uno que nunca se había escuchado aquí, y fue maravilloso: Suenos inquietos, de las Piezas fantásticas op. 12 de Schumann.
El programa había comenzado con una impecable interpretación de la obertura de Las bodas de Figaro de Mozart, y tras el intervalo llegó “la hora española”, acaso un tributo de la Orquesta DEWO a su patria adoptiva, ya que la sede está en Sevilla (el ayuntamiento no sólo pone su sede sino que también beca a los músicos). Y, como ha ocurrido por le general históricamente en la música europea, en este caso la hora española llegó de la mano de un compositor francés: Maurice Ravel. Se oyeron, en este orden, la Rapsodia españolaAlborada del GraciosoPavana para una infanta difunta y Bolero.
La orquesta lució su impecable mecanismo de conjunto y la calidad de sus solistas: especialmente el fagot en la Alborada, el corno en laPavana, y todos los demás en el Bolero, pieza de cierre que Barenboim graduó con una sutileza impresionante y un mínimo de gestos, como si la auténtica dirección hubiese sido confiada al redoblante, estratégicamente ubicado en el centro de la orquesta, detrás de la línea de cuerdas. Más que un director, Barenboim parecía un supervisor. Sus pocos gestos parecían destinados a articular la gran forma: también en este caso la ejecución ofreció un atractivo plus visual. La generosa lista de bises terminó con una brillante ejecución de El firulete en logrado arreglo de José Carli. fuente: clarin.com

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