lunes, 11 de marzo de 2013

TEATRO Alfredo Alcón: "No me gusta ser actor todo el día” El jueves estrena, en su doble papel de director e intérprete, “Final de partida”, de Beckett, junto con Joaquín Furriel. Aquí explica por qué vuelve a la obra veinte años después. Y dice que le gusta hacer descansar a su máscara.


Por Alejandra Herren
especial para clarín“Minuto a minuto, plof, plof, como los granos de arena... Y toda la vida uno espera que eso represente algo... El final está comprendido en el comienzo y sin embargo uno continúa”, dice el actor, en el centro de la escena.
Alfredo Alcón le vuelve a poner el cuerpo al teatro. Esta vez, como actor y director, estrenará el próximo jueves, en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, Final de partida, obra escrita por el genial dramaturgo irlandés Samuel Beckett. Compartirá escena con Joaquín Furriel, con quien actuó en Rey Lear de Shakespeare, y otros dos grandes de las tablas, Graciela Araujo y Roberto Castro.
La obra -a la que se ha considerado como una metáfora sobre el vacío- muestra a cuatro personajes desvalidos: Hamm (Alcón), un amo ciego que ya no puede ponerse en pie; Clov (Furriel), un sirviente que vive pendiente de su amo y todo el tiempo desea abandonarlo; Nell y Nagg (Araujo y Castro), los padres de Hamm, que tampoco pueden pararse porque han perdido sus piernas en un accidente.
Hace 22 años Alcón dirigió esta obra teatral para la inauguración del complejo Andamio ‘90 de Alejandra Boero. Y ahora, cuando acaba de cumplir 83 años, al verlo jugar a ser Hamm por unos breves minutos durante el ensayo nadie lo diría. Nadie diría ni siquiera que pasó tanto tiempo desde aquella primera vez.
¿Por qué “Final de partida” 20 años después?

Porque es como si fuera ayer: cada vez que leés las grandes obras es como si fuera la primera vez, les encontrás una forma distinta, un color distinto, una respiración distinta. Hace 20 años, yo estaba haciendo en España El público, de Lorca, y un compañero me dijo: “Mañana te voy a traer algo que a ti te va a dar vuelta la cabeza”. Y me trajo Final de partida. Me volví loco. La había leído como siete veces ya, y me despertaba a la noche y me ponía a leerla de nuevo, estaba como enamorado. No quería que nadie me dijera cómo era, ni cómo no era, como cuando te enamorás, que no le preguntás a tus amigas qué piensan del objeto de tu amor. Y no he dejado de leerla una y otra vez en todos estos años. Por suerte le interesó a Joaquín (Furriel), y se dio para hacerla acá en el San Martín, donde me gusta realmente mucho trabajar.
¿Y seguís igual de enamorado de la obra?

Y, yo creo que más, porque cada vez la conozco mejor. Mirá, esta obra la venían a ver parejas y me decían: “Habla de la dificultad de separarse”. Venían políticos y me decían: “Tu personaje es Estados Unidos, y el del chico es América Latina”. Te juro. Cada cual le encontraba un significado distinto. Eso también es propio de las grandes obras: tienen tantos argumentos como ojos que las ven.
De pronto, Alcón interrumpe el discurso, levanta un brazo, gira la cabeza y dice: “¡Ana! ¿Me podrías alcanzar el libreto mío, que le quiero leer algo?” ¿Es un texto tuyo?

No, lo escribió Beckett. Si fuera mío no te lo leería (se ríe con maliciosa elegancia). Habla de los sentidos de las obras.
Ana, una de las asistentes, le alcanza un libreto de papeles ajados y amarillentos, lleno de inscripciones en los márgenes. Alcón se lo pone sobre la falda, lo pliega con suavidad y hace correr las páginas sobre el pulgar hasta encontrar lo que busca. En la sala hay dos o tres personas pero él da siempre la sensación de estar en la más absoluta intimidad. Entonces, sin levantar la vista del papel, lee: ”Respondiendo al director del estreno norteamericano, Beckett puntualizó: ‘Hay que negarse a cualquier explicación e insistir en la extrema sencillez de la situación y del tema. No tenemos claves que ofrecer para desentrañar misterios que sólo ellos (los que preguntan) han inventado. Si alguien quiere hacerse quebraderos de cabeza sobre los fonos armónicos es cosa suya, y él mismo debe procurarse la aspirina. Hamm es lo que es en la obra, y Clov es lo que es en la obra, y todo es lo que es en la obra, en un lugar así y en un mundo así.
Final de partida será un juego. Nada menos. De enigmas y soluciones, ni una palabra. Para cosas tan serias están las universidades, las iglesias, los cafés, etcétera”. ¿No es maravilloso? ¿Ahora está claro por qué la hago?
¿Y por qué elegiste dirigirla?

Porque no quería que nadie me dijera cómo se hace. Yo quería hacer eso que yo sentía cuando la veía a “ella” (señala el libreto con el índice), a la obra. (Se ríe) Te juro, te juro que no es una metáfora. Nunca pude desenamorarme de “ella”.
¿Cómo coexisten el actor y el director en vos?

No me resulta nada difícil. No voy a decir que nunca me resulta difícil, porque no he tenido otras experiencias de coexistencia de ambos roles. Con “ella” me pasa como algo natural... Con esta obra siempre me han pasado cosas raras. Por esa intensidad es que no quisiera que la dirigiera nadie. Quiero respirarla como yo siento que hay que respirarla, porque yo siento que a ella le gusta eso.
Pero entonces, más que montando un espectáculo estás cumpliendo con una necesidad imperiosa…
Yo creo que si uno viviera como quiere y no como debe, no haría más cosas que aquellas que son necesidades imperiosas. Como uno se aparta de esa zona termina no sabiendo cuáles son esas necesidades imperiosas, o va convirtiendo en necesidades imperiosas cosas que no lo son. Tengo un deseo imperioso de contarle este cuento a todo el mundo.
Alguna vez hiciste tuya esa idea de Eduardo Galeano de que la función del arte es ayudar a mirar. ¿En este caso qué hay que mirar?

El espectador debería dejarse llevar por la pulsación del poeta, para llegar a esa instancia en la que uno se olvida de que está sentado en una butaca. Si no, no se llega a salir transformado: esa sensación de que uno no sale del teatro igual que como entró.
¿Sos de los que piensan que no podrían vivir sin hacer teatro?
No, en absoluto. Me gusta mucho hacer teatro, pero hago poco porque no me gusta ser actor todo el día. Sino, ¿cuándo pongo mi cara? Cuando no soy actor soy yo, no tengo que decir una letra aprendida y mi capacidad de imaginación la pruebo con las herramientas que tengo yo. En cambio, cuando estoy actuando estoy diciendo unos textos que son de Shakespeare, o de Tito Cossa, o de Arlt, o de Beckett, y claro, te vas para arriba, pero después tenés que volver a tu humilde mortalidad.
¿Te quedan cuentas pendientes con el oficio de actor?

Imaginate todos los sueños que tengo sin cumplir, claro. Me queda hacer mejor algunas cosas que hice, miles de cuentas pendientes, si no estaría aburrido y terminado. Siempre me acuerdo que Milagros de la Vega, dos días antes de morirse, me decía el monólogo de la mujer de Willy Loman en La muerte de un viajante, de Miller. Ella empezó a decirlo: “Willy, teníamos pagado todo, la heladera, todo, somos libres, Willy.” Y de pronto paró y me dijo: “¡Ay! Si pudiera hacerlo de nuevo ahora lo haría mejor.” Y a los dos días se murió.
Es trágico eso.

Sí, pero también es luminoso.
fuente:clarin.com

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