miércoles, 6 de abril de 2016

"Franciscus" sobre la castidad y la pobreza, con recursos millonarios EL MEGAESPECTÁCULO CONCEBIDO Y ESCRITO POR ALEJANDRO ROEMMERS Y DIRIGIDO Y PRODUCIDO POR FLAVIO MENDOZA, CONTRAPONE UN LIBRO SIN DEMASIADO VUELO CON UNA CONFECCIÓN CONSECUENTE CON ANTERIORES OBRAS DEL COREÓGRAFO, CON IMÁGENES QUE POR MOMENTOS DESLUMBRAN Y UN ELENCO MAYORMENTE JOVEN Y DE GRAN TALENTO, EN EL TEATRO BROADWAY.

El megaespectáculo “Franciscus. Una razón para vivir”, concebido y escrito por Alejandro Roemmers y dirigido y producido por Flavio Mendoza, contrapone un libro sin demasiado vuelo con una confección consecuente con anteriores obras del coreógrafo, con imágenes que por momentos deslumbran y un elenco mayormente joven y de gran talento, en el teatro Broadway.

Con esa confección, que no se opaca frente a grandes títulos importados como "El fantasma de la Ópera" o "La Bella y la bestia", la cosa comienza en sordina en lo que se supone es la sala de espera de un sanatorio, donde una madre (Leticia Brédice) y una abuela (Ana María Picchio) se angustian por la salud del respectivo hijo y nieto, casualmente llamado Francisco y en grave estado de salud.

Todo sucede al centro del escenario con cámara negra, con las actrices vestidas de blanco, bajo luz blanca y un ámbito hospitalario convenientemente blanco, con la madre ejecutiva que -muy sacada- increpa a un médico al que pide una solución inmediata, como una ejecutiva que da órdenes a sus subordinados, mientras su madre recomienda rezar y tener fe.

El segmento se completa con una promotora de libros religiosos -”soy católica”, aclara para despejar dudas- que le obsequia uno con la historia del ahora famoso San Francisco de Asís, un santo italiano del siglo XII, hijo de un mercader de telas, que antes había sido un libertino de aquéllos.

Es entonces cuando esa asepsia se termina y comienza el gran espectáculo, del que Mendoza viene dando muestras de buen conocimiento: mezcla de teatro y cine, “Franciscus” tiene una dinámica tipo Broadway que no escatima imágenes, sonidos, música en vivo con 16 intérpretes ubicados en cuatro niveles, maquinarias de acrobacia sobre la platea, algún truco de magia y un sistema de proyecciones múltiples -“mapping”- que gracias a paneles laterales produce imágenes en movimiento que recuerdan al viejo Cinerama.

De a ratos la historia vuelve a la clínica y se ve a la madre muy conmovida con la lectura del santo tocayo de su hijo, mucho más calmada, y agrega las discusiones con su ex marido (Fabio Aste) ahora residente en Brasil y en pareja con una jovencita, en lo que es uno de los pasajes quizá prescindibles de la pieza.

A todo esto, la trama vuelve sobra la historia del santo y en esa mezcla de cine y teatro, ya se vio al protagonista de caza y de francachela con sus amigotes -la leyenda dice que fue mucho más licencioso de lo que aquí se muestra-, fracasado en ultimar a un ciervo y enamorado de una joven aristócrata (Florencia Otero) que lo corresponde aunque las diferencias de clase impedirían en principio un matrimonio.

A partir de allí el muchacho entra en una crisis mística que lo hace enamorarse del prójimo a través de los Evangelios, auxiliar a los leprosos, dialogar con los animales, a los que llama “hermanos”, y dilapidar la fortuna de sus padres regalando sus telas a los pobres y hasta prescindiendo de sus propias vestiduras.

Allí aparece una referencia directa al filme “Hermano sol, hermana luna”, de Franco Zeffirelli, rodado en 1972, con el protagonista desnudo, en un momento de notoria belleza expresiva que puede responder a la dirección artística de Norma Aleandro, a la visualidad propia de Mendoza o a la pericia en las proyecciones.

El texto de Roemmers incluye una cita a la leyenda del santo que, ya apartado del amor por la aristócrata -que pasa a formar parte de su grupo y se supone que todos abrazan el celibato- anuncia a sus amigos que va a casarse con “una mujer tan noble, tan rica, tan buena, que ninguno de ustedes vieron jamás otra igual”: lo que se discute desde entonces es si se trataba de la Iglesia o de la pobreza.

Lo que sigue es la conformación de una orden con varios oficiantes dispuestos a la adoración y a las prescindencias materiales, resistida por el obispo local y finalmente bendecido en Roma por el papa Inocencio III, que ofrece un discurso tan lleno de juicio y heterodoxia a favor de los menesterosos opuesto al del poder civil de entonces y el propio obispado, y al que cualquier oído atento hallará vínculos con el Francisco argentino, sobre todo en ese remate en que el santo en cierne le pide su bendición y él contesta: “Recen por mí”.

Por supuesto que en la vida del santo hubo muchos más acontecimientos -batallas, maltratos paternales, viajes de iniciación, fundación de capillas, etapas de ascetismo- pero todo no se puede incluir en dos horas de espectáculo, que curiosamente pasan volando.

Con una estética rockera más cercana a la factoría Disney que a la artesanía emblemática del dúo local Cibrián-Mahler, la música de Federico Vilas y Mauro Franceschini ofrece un buen sostén a esas voces de baladistas que pueden llegar a notas muy altas -como las de Salles, Otero, Mariano Musó, María Álvarez de Toledo- sin pertenecer a las cuerdas clásicas, con Katie Viqueira en la dirección.

De todos modos, “Franciscus” es, con algunas bajadas conceptuales -la fe contra el raciocinio puro, lo individual contra lo comunitario- un espectáculo contradictorio: habla sobre las bondades de la pobreza y el desprendimiento y a la vez es una inversión millonaria, con 43 intérpretes en escena, músicos de primera categoría, luces de última generación y lujos de escenografía y vestuario, de esos que muy pocas veces se pueden ver en un escenario porteño.

“Franciscus. Una razón para vivir” se ofrece en el teatro Broadway, Corrientes 1115, de miércoles a domingos a las 21.30. fuente: telam.com.ar

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