lunes, 16 de junio de 2014

Juventud, divino tesoro Obras de Gandini, Glazunov, Strauss y Prokofiev, con el pianista Boris Giltburg.

El director Arturo Diemecke es dado a los onomásticos y homenajes, y en el 7° concierto del abono de la Filarmónica se evocó no sólo a Richard Strauss por los 150 años de su nacimiento, sino también a dos directores recientemente fallecidos: Rafael Frühbeck de Burgos y Franz Paul Decker. Este último especialmente ligado al Colón y a la Filarmónica, como principal director invitado en varias temporadas. Para ellos Diemecke pidió no un un minuto de silencio sino uno de aplausos, lo que el público desde luego obedeció prolijamente.
El titular de la Filarmónica se se ha venido convirtiendo en un locuaz animador. Ya no se limita a subir al podio con pases de torero, sino que además introduce los conciertos con algunas generalidades sobre obras y autores. Tal vez sea su manera de renovar la rutina del concierto, aunque en este punto también convendría recordar a Franz Paul Decker, uno de los directores que más hicieron por modificar esa rutina, no desde la perspectiva facilista y algo demagógica de Diemecke, sino desde la concepción de programas menos convencionales, armados con criterios que iban mucho más allá de celebraciones y onomásticos.
Desde el punto de vista estrictamente musical, la programación anual de la Filarmónica es decimonónicamente rutinaria, aunque sería injusto no reconocer la existencia de algunas excepciones, como este séptimo concierto del abono las Variaciones para orquesta que Gerardo Gandini compuso en 1962, su primera obra para gran orquesta.
En cierta forma puede pensarse que en esa obra de juventud ya encontramos al autor de cuerpo entero: por el modo en que trabaja sobre el principo de la serie, evitando la gestualidad y la forma atomizada de cierta escuela de posguerra y también por una predominante pulsión lírica, que Diemecke, además de delinear con fineza, integró en un convincente continuo.
Seguidamente se escuchó el Concierto para piano N° 3 de Prokofiev, por el solista Boris Giltburg (Moscú, 1984), un instrumentista de apabullante mecanismo y una motricidad rítmica impresionate; motricidad que tal vez no ceda aún cuando debería hacerlo, y que por momentos se muestra un poco artificiosa y afectada. Giltburg devolvió las atronadoras ovaciones de la sala con una transcripción de una pieza para violín de Fritz Kreisler de sereno e introspectivo virtuosismo.
La segunda mitad del programa, sin duda generoso, incluyó otras dos piezas jueveniles: la Sinfonía N° 1 de Glazunov y una interpretación particularmente inspirada del poema Muerte y transfiguración de Richard Strauss. fuente:clarin.com

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