martes, 18 de marzo de 2014

Con la mejor medicina Al frente de The Copper "Bottom Band", el ex “Dr. House” dio una clase de jazz y blues, en la que hizo gala de su histrionismo.

Empuñando la guitarra o rodeado del piano, el Hugh Laurie músico no se parece en nada al doctor cascarrabias que interpretó durante años en la TV. Se muestra cálido, enérgico y compinche, y aunque la dualidad con su personaje está siempre latente (“¡Vamos, Gregory!”, le gritaron desde la platea por el Dr. House), tiene muy en claro su rol sobre el escenario. Didáctico y charlatán, hace del espectáculo un seminario de jazz & blues para principiantes, narrando la historia detrás de cada canción y composición que reversiona, con admiración y agradecimiento, frente a un público mayormente femenino que, seguramente, no debe tener muchos discos de Robert Johnson o Willie Dixon en su casa. Y ese crossover teórico-práctico es su mayor victoria como artista.
De regreso en Buenos Aires (hizo dos Luna Park en 2012), repitió algunas muletillas en el Gran Rex (“soy un inglés idiota”, volvió a decir en la introducción para justificar su poco español), evitó algunas otras (no se puso la camiseta argentina, ¡bien!) y profundizó en las raíces del tango. Si en su visita anterior había sorprendido con El Choclo, mamada vía Louis Armstrong (quien la popularizó como Kiss of Fire en 1955), ahora la dejó plasmada en su segundo disco (Didn’t It Rain) y la jugó como una de las cartas fuertes de la noche, cantada junto a su corista guatemalteca Gaby Moreno, y acompañado por dos parejas de bailarines.
Mucho swing. The Copper Bottom Band, el grupo de siete músicos trajeados que lo respalda en esta aventura, suena aceitado y moderno. “La mejor banda del mundo”, los presentó, sin vueltas. Jean McClain, la otra corista, tuvo un papel destacado en What Kind of Man Are You y ’Lectric Chair, mientras que Vince Henry se llevó sus aplausos con solos de clarinete en Evenin’ y The Weed Smoker’s Dream. Su líder, que los hizo brindar a todos con una copa de whisky, acompañó con un gong, con un martillo de madera como de juez, con un silbato ¡y hasta bailó! en varios temas, provocando la histeria de sus fans. Carisma a prueba de balas.
“Se pueden parar, es legal”, bromeó antes de Green Green Rocky Road, ya bordeando el final, y la gente acató. Recién ahí, 20 temas después, se descontracturó el ambiente y eso fue clave para los bises. “No tenemos más canciones, así que vamos a empezar de nuevo”, anunció Laurie de regreso en el escenario. Otro de sus tantos chistes: todavía guardaba cuatro bajo la manga, algo más moviditas, para cerrar un show que se paseó del Río Mississippi al Río de la Plata sin hacer agua por ningún lado. fuente:clarin.com

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