domingo, 24 de noviembre de 2013

EL FLAMENCO DE FIESTA. Después de 16 años, Paco de Lucía volvió a Argentina El guitarrista y compositor, que llevó a su máxima expresión musical y conceptual al flamenco, ofreció el sábado un extraordianario concierto en Buenos Aires, dejando de manifiesto que el suyo es un arte de dimensiones gigantes.

Pocos artistas en la historia de un folclore (uno, quizás dos) son capaces de sostener la esencia más significativa del género, reunir las distintas peculiaridades y entonaciones que aparecieron en creadores dispersos y con eso inventar un modo propio, que nunca pierde contacto con la raíz más genuina y al mismo tiempo establece nuevos estándares para el género, dándole una entidad universal que no lo separa pero sí lo eleva del ghetto. 

Esto es lo que hizo (y sigue haciendo) Paco de Lucía (presentado en un momento del show como "el Tiburón de Algeciras, el más grande de todos los tiempos") con el flamenco, y no es ajena a su aparición la aceptación mundial que tomó esta música y el revulsivo creativo que la atravesó en los últimos 40 años, Camarón de la Isla incluido. 

Salvando al flamenco de sus peores vicios, de las adiposidades repetitivas que acumuló con el tiempo en los tablados turísticos y en algunas versiones "alimonadas" muy a la época y al gusto del mercado internacional, De Lucía volvió en el show de anoche en el Gran Rex a la esencia más pura y radical de ese folclore del sur de España, aunque lo suyo nunca es un regreso sino un paso hacia adelante, porque él ya estableció una nueva altura, y sobre esa se sigue elevando. 

Dos cantaores de una fuerza expresiva descomunal sin restos de flamenco mainstream (David de Jacoba y "el Rubio" Antonio Flores Cortés), un bailaor (Antonio Fernández Montoya "Farru"), que eriza la piel con un zapateo inconcebible; la armónica de Antonio Serrano Dalmas, el virtuosismo y la sensibilidad del joven guitarrista Antonio Sánchez Palomo, el bajo de Alain Pérez e Israel Suárez Escobar "Piraña" en cajón, integran la maravillosa banda con la que Paco de Lucía llegó a Buenos Aires, después de 16 años de ausencia. 

El concierto, que duró dos horas y fue seguido por un público que colmó el teatro y ofrendó merecidas ovaciones en todo su recorrido, arrancó con Paco solo junto a la guitarra para entregar "Mi niño curro". 

Es sabido que en el flamenco en general y en Paco de Lucía en particular, como sucedió también de otro modo con el bebop en el jazz, melodía y ritmo no son elementos convergentes sino que forman parte inseparable de una "sincronía sucesiva", con la que se retroamilentan, se marcan la cancha, y proponen cada uno al otro recorridos y paisajes posibles. 

Así, la guitarra de Paco se llena de intensidad, se expande, se contrae, se arremolina, se tuerce, frena de golpe, vuelve a comenzar, despliega una narrativa llevándola hasta el límite, la interrumpe con un golpe seco, la retoma por nuevos senderos y la vuelve dulce, convidando toda la dulzura escondida del flamenco. 

Imposible no conmoverse ante las formas expandidas de "El tesorillo", el baile elegante y eléctrico de Farru, la entoncación de Jacoba de los versos de "Luzia", el aire suave de la armónica de Serrano Dalmas que hace más dulce la dulzura de Paco, el diálogo y los contrapuntos de las dos guitarras en "Cositas buenas". 

Lo increíble en un concierto de Paco de Lucía es que uno no va a encontrarse con una leyenda, en el sentido de que no va a ver a alguien que inventó el flamenco hace mucho tiempo, sino a alguien que lo sigue inventando, y cada vez mejor. (Telam). fuente:26noticias.com.ar

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