martes, 25 de octubre de 2016

Richard Ashcroft, mucho más que un buen cantante inglés El ex vocalista de The Verve se presentó en la noche del lunes en el Teatro Gran Rex y dejó en claro que esa deuda de más de 20 años por ver a uno de los compositores más destacados de la música inglesa fue saldada con un concierto que trasladó a la audiencia a lo mejor del rock británico de los ´90. Por Agustín Argento.

Saltarín, con pose de boxeador, haciendo la “v” de la victoria dos por tres, tirando abrazos al público, moviendo las manos como en el hip hop, gritando por fuera del micrófono para que la gente cante o siguiendo los solos de guitarra de cerca, Ashcroft hizo olvidar por momentos la falta de un tecladista, la monotonía del baterista o el magro sonido del lugar.

Su sola presencia llevaba al show y al público a ese edén musical que no está en los grandes festivales, en las pantallas de televisión o en las radios de moda, sino que se encuentra en la emoción que lleva una canción, cuando es interpretada desde el corazón y no desde el cerebro.

Lejos de ser un show que se sumió en la nostalgia, fue una puesta en escena de cómo se puede mirar al futuro de la música, teniendo en cuenta el presente que mezcla tecnología con las bellas melodías de unas guitarras que fueron rescatadas de un pasado no tan lejano, pero que parecía guardado en el cajón de los recuerdos.

Los que gustan del rock tienen que agradecer que este mancuniano de espigado metro ochenta haya nacido en la tierra de The Stone Roses u Oasis, porque de haberlo hecho en Liniers o Morón habría sido un músico de cumbia o de rock barrial.

Esto no va en detrimento del artista, sino que, muy por el contrario, refleja la sensibilidad social que por estas tierras se le nota a Pablo Lezcano y a Pity Álvarez, haciendo de Ashcroft un ser que, como dijo en muchas entrevistas, se siente “conectado” con su público.

Es por ello que cuando saltó arriba de la batería, cuando se puso la remera de Argentina, cuando revoleó una bandera o cuando caminó por sobre las escaleras del pullman y agitó a la gente con un “¡come on!” se lo notó sincero y en sintonía.

También se lo vio consciente de lo que gritaba cuando prometió volver para tocar en el Luna Park, donde se presentó en marzo su amigo Noel Gallagher, con quien comparte al manager Stev Kutner.

O cuando hizo saltar hasta el éxtasis a la audiencia con “Hold on”, el corte difusión de su último disco, todavía sin edición en el país: sólo un ser con semejante apego a las masas puede hacer delirar a una audiencia con una canción que a duras penas conoce.

Esa conexión con los fans fue llevada a puntos únicos e irrepetibles al preguntar si entre el público se hallaba un joven que lo había saludado en un restaurante (contento, el chico saltaba detrás de este cronista) o una chica cuyo padre le había regalado el rosario que lució durante el show.

“Lo lograste, viniste. Pensé que te habías equivocado de show y sólo habías ido al del sábado” (cuando participó de la segunda fecha del Personal Fest), le dijo entre risas cuando la ubicó, momentos antes de cantar “Lucky Man” y después de una psicodélica versión de “Music Is Power”, en la que Ashcroft tomó por unos momentos la pose rebelde de Bob Marley.

Esa rebeldía también la expresó con su remera del club alemán St. Pauli, comúnmente relacionado con la izquierda y el anarquismo, algo que también le sienta bien a este “outsider” de la música británica, según se desprende del reportaje con esta agencia: “Las divisiones que existen entre las personas son ficticias y fueron inventadas por personas que nos quieren divididos”.

Los acomodadores del teatro, puntuales a las 21, habían llamado a los rezagados fans y a los que renunciaban a dejar sus cigarrillos en las puertas de una Avenida Corrientes que todavía mostraba oficinistas, quienes observaban a esa masa de rockeros que se reunía para ver a un cantante que, sin saberlo, ellos también conocían.

Es que “Bitter Sweet Symphony”, “Lucky Man”, “The Drugs Don´t Work”, “Sonnet” o “Space and Time”, todos ellos tocados anoche, no pertenecen a un grupo de melómanos que se reúnen en una casa a discutir sobre si tal o cual acorde es el correcto para tal o cual canción.

Se trata de piezas que formaron parte de la vida de toda una generación, rockera o no, que se cruzaba con las cuerdas del memorable “Urban Hymns”, de The Verve, en cualquier café, bar o locutorio mientras sus padres eran despedidos de sus trabajos.

El ex The Verve también dejó en claro que volvió a los escenarios tras seis años porque tiene mucho material bajo el brazo, como lo demostró en los flamantes “Out of My Body”, “This Is How It Feels” y “They Don´t Own Me”, composiciones muy acordes para el repertorio de este gran hacedor de canciones.

Y en esta interminable conexión, el Gran Rex, elegido a dedo por el vocalista, también fue un fiel reflejo de lo que atravesó este ex adicto a las drogas: así como Ashcroft echó de una patada a las metanfetaminas de su vida, un acomodador hizo lo propio con un joven que se fumaba un porro, tranquilo, en su asiento, porque, a veces, el futuro mira tanto al pasado que se termina enamorando. fuente: telam.com.ar
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